domingo, 24 de febrero de 2013

El perro del demonio

Hace cosa de dos o tres años, a cierto sujeto se le ocurrió visitar un antiguo colegio de monjas abandonado, situado junto al castillo que vigila el pueblo donde vivo. Allí descubrimos algo muy interesante, una gruta en el suelo con multitud de caminos subterráneos situados bajo el pueblo. Pero por miedo a lo desconocido, ninguno nos atrevimos a entrar. Eso me recuerda una vieja historia. Las luces se habían apagado, las puertas se habían cerrado, y en el interior de la nave sólo quedaban Fran y Jose. Las linternas proyectaban su haz de luz en la nave desierta. Los dos vigilantes escudriñaban el rincón donde uno de ellos había escuchado un ruido. —¿Ves algo? —No, nada. Creo que empiezas a estar obsesionado. —Es porque tú eres nuevo, Jose, seguramente si supieras lo mismo que sé yo… —¡Cuenta, cuenta! —le apremió el novato. Fran bajó el tono de voz y le informó a su compañero: —¿Sabías que llevamos, entre los que hacemos esta ronda, más de seis bajas por depresión? Jose puso tal rostro de sorpresa, que su compañero comprendió que no debía estar al corriente de la situación. Fran prosiguió relatando la historia… —Alejandro, por ejemplo, me comentó que padecía estrés debido a los ruidos que se oían por la noche; parecían los lamentos de un hombre que, a veces, derivaban en silbido… Pero lo más traumático llegó cuando escuchó la respiración de una persona muy cerca de su oído y hasta llegó a sentir el calor de su aliento. —¡Joder, Fran!… ¡Es para acojonarse! Pero bueno, ¡sigue!, ¡sigue! —Jose estaba cada vez más inquieto. —¿Tú sabías que en esta fábrica estuvieron mucho tiempo sin sufrir ningún robo? Lo más curioso es que siendo uno de los barrios más peligrosos, no tenían a nadie para protegerla. Según una leyenda que circula desde hace tiempo, el dueño de la fábrica hizo un pacto con el diablo nada menos, para que no ocurriese nada en estas naves. Al parecer, Lucifer aceptó el trato y envió un perro horrible, con las fauces de un monstruo y la envergadura de un caballo que arrastraba sus mugrientas garras por cada rincón de este horrible lugar. El trato no fue gratuito. A cambio, Lucifer exigió el alma de un vigilante al año. Cada doce meses el propietario de la fábrica contrataba a un guarda nocturno y a los pocos días… ¡Lo encontraban muerto! —Lo único que me dijeron al respecto es que la empresa ha cambiado de dueño… ¿Es verdad? —preguntó Jose intrigado. —Sí, en efecto, y por eso hace dos años que no encuentran el cadáver de uno de los nuestros, pero lo cierto es que los extraños sonidos se siguen escuchando. Un nuevo ruido alertó a Fran que, automáticamente, dirigió hacia ese punto el foco de luz de la linterna intentando descubrir de dónde provenía. Se acercó al rincón iluminado pero no advirtió nada anómalo. El silencio reinante comenzó a inquietarle. —¿Jose? ¿Estás ahí? Nadie le respondía. Fran enfocó un bulto en el suelo, justo en el lugar donde estuvieron unos segundos antes. Al acercarse descubrió con horror que los ojos de su compañero miraban al vacío. Le cogió la muñeca derecha para comprobar el pulso. No cabía duda. ¡Jose estaba muerto! Lo que más impresionó a Fran es que su compañero estaba cubierto de rasguños y rasgaduras. Era como si una enorme bestia lo hubiera atacado con sus afiladas garras.

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